Cuando tenía catorce años, antes de conocer a Shaira no tenía muy claro como expresarme; siempre buscaba algún apoyo, no era yo mismo. Pero un 25 de febrero, según la fecha de la carta, mi vida cambió de rumbo mientras leía la carta que mi padre, como cada mes, escribía desde Pretoria. En cada renglón le recordaba e imaginaba cada
año con él y con mamá, esos años que quedaron olvidados entre la espuma del mar. Pero después de esos dos puntos llegaron unas palabras que jamás esperaría.
“Marcos, debo decirte algo más:
Tendré que regresar antes de lo previsto,un amigo de mi empresa ha muerto y su hija no tiene más familia, dentro de unos meses tendré su visado y prepararé los papeles de adopción cuando vuelva a España. Hijo, lo siento pero no podía hacer otra cosa, Shaira necesita un hogar. Dile a la abuela que le echo muchísimo de menos y para finales de septiembre estaré de vuelta.”
-Alejandro, mi padre, el mismo que se fue a Sudáfrica sin nada, con la prioridad de salvar su empresa y ahora vuelve a casa y de regalo una hermana. Lo que no me pase a mí, no le pasa a nadie –pensé.
En esos últimos días de febrero solo pensaba en eso y en mi madre, en aquellas mañanas a la salida del colegio que me llevaba a mi parque favorito y en verano a la playa del Hornillo, en nuestro rincón, tras una roca, donde me contaba cientos de historias imposibles de piratas, recordando mi última mañana con ella al volver de la playa, cruzando por el paso de peatones mi madre gritando para que no corriera al mismo tiempo que cantaba una melodía, que jamás recordé cual era, y un coche rojo sangre arrollándola sin razón, aquel tipo borracho, la sirena de la ambulancia,
un te quiero y su mirada quedó fundida con las lágrimas de mis ojos apagados como los suyos. Un dos de marzo oscuro para cientos de personas, negro para mí.
En aquel momento mi abuela Ana tocó a mi puerta y me despertó de aquella pesadilla en la que me había quedado sumergido, mirando a ese terrible mar, cubierto ahora por niebla y mis miedos.
-Cariño, necesito que vayas con tu tía a comprar las flores preferidas de tu madre.-dijo sin apenas mirarme a los ojos.
-Sí abuela, gracias por avisarme-dije y me incorporé al momento para coger mis llaves y salir hacia la casa de Rosa, mi tía.
Al salir de casa ya no había niebla, ante mí se abrió un paisaje en forma de cuadro, con el resto de algunas nubes que parecían pintadas tras la Isla del Fraile. Al llegar a casa de mi tía noté que una baldosa del parque al lado de su casa estaba medio levantada e intenté forzarla y en ese momento mi tía me llamó y compramos Lirios que a pesar del frío podrían conservarse unos días. Mi tía siempre llevaba una foto de dos niñas pequeñas, ella con un ramo de rosas y mamá con una paloma de papel y su colgante, una clave de sol de plata, que le regaló mi abuelo antes de marcharse a Suiza.
Pasaron seis meses, era septiembre, promocionaba a 3º ESO y mi vida se convirtió en rutina, mi abuela Ana me compró para mi cumpleaños un guitarra y empecé a ir a clases con Yon, mi profesor, más o menos comencé a tener un cierto nivel.
Mi padre llamó el 18 de septiembre, estaban en Almería y a la hora de comer llegarían, por fin conocería a Shaira. ¿Cómo sería? Quizá una niña pequeña, posiblemente no sepa mucho español, le diré “Hello, nice to meet you”, mejor buscaré como se dice en africano, sí, le diré “Hallo”.Estaba nervioso. Ayudé a mi abuela a poner la mesa y ya no recuerdo más. Después de eso la vi : pelo acaramelado, bajita, parecía de mi edad pero sus ojos dos trocitos de luna plateada, alegres, brillantes.
-Hola papá. Esto.. hola Shaira, ¿verdad?- dije,sin “Hello” ni “Hallo”.
-¡Hola!- respondió ella sin verguenza y dio un abrazo a mi abuela y otro a mí.
Pasaron las semanas y sobre la primera quincena de octubre Shaira y yo éramos iseparables, cada día algo nuevo, ella sacaba muy buenas notas pero había algo en ella que jamás he visto en otra persona, siempre estaba con su flauta de caña, siempre inventando letras, melodías. Tenía amor por la música.
Mi padre le apuntó a clases conmigo y en un par de semanas se puso a mismo nivel que yo, era muy buena con la guitarra. Una tarde antes del puente,Yon nos informó de un concierto que se realizaría en el Auditorio Infanta Doña Elena, si no había ningún problema el 20 de febrero. Shaira pensó en una canción perfecta a Yon le encantó haríamos un concierto precioso su flauta, mi guitarra y Yon con el piano.
La navidad llegaba y los dos estábamos más tristes en esa época, su familia y mi madre ya no estaban, tres navidades sin mamá.
En año nuevo comimos con mi tía Rosa en su casa y recordé esa baldosa medio levantada se lo dije a Shaira y ella sin dudarlo me cogió de la mano y preguntó que baldosa era.
Allí seguía, medio levantada, entre los dos la pusimos al lado de una planta y sacamos una cajita que había enterrada. Shaira cogió una horquilla y rápidamente la abrió. Shaira encontró un papel muy deteriorado por la suciedad y el tiempo y yo saqué de ella un colgante en forma de clave de sol, lo apreté muy fuerte, era de mamá. Shaira abrió en papel con cuidado de no romperlo, había una partitura escrita y ella comenzó a tararearla.
-Marcos, es la canción que compuse para el concierto ¿Qué hace aquí con el colgante de tu madre?- preguntó aturdida, casi tartamudeaba.
-Shaira,¿ me puedes decir como compusiste la melodía?, por favor.-dije, intentando encontrar respuesta.
-Claro...estaba en la playa en un rincón perdido, sentada en una roca y mirando a la luna esa noche llena casi dorada y las olas del Hornillo marcaban el ritmo,las nubes ahumadas formaban una sútil clave de sol,los grillos de fondo alegraban aún más la melodía, era mágico y temía que no me creyeras.
-Desde hace tan solo dos días que eres mi hermana pero era como si te conociera de toda la vida y ahora lo entiendo, mi madre quería que te conociera y que pasara todo esto, en poco tiempo has conseguido que cambiara de dirección con tu alegría. Gracias.
-Unos días después del concierto iré de nuevo a Pretoria, pero volveré. –dijo llorando quemandose por dentro. Gracias a ti en estos meses por haber sido el hermano que no llegué a tener y no poder agotar las sonrisas que he compartido contigo.
Llegó el 20 de febrero antes de comenzar hicimos un ensaño general y a las siete justo a la puesta del sol comenzamos a tocar. Shaira parecía que volaba, sus alas hechas de amor, tocaba por mi madre y por su padre, con fuerza. Todo salió genial, mejor de lo esperado y se marchó, para siempre, no volvió. Sus alas se apagaron en un accidente de avión cuando volvía sola a casa. Y ahora este cuatro de febrero del 2017 que estoy en este avión con el colgante de mamá como llavero, con el recuerdo de la última oración que dijo Shaira.
“Todo lo que te dicte tu corazón es poesía, aunque se confundan los recuerdos y se olviden hasta las más bonitas melodías”
